Aún no se conocían. Él, alto,
converse, palestina y vaqueros rasgados. Lo que algunos denominarían
“un perroflauta”.
Y ella, pequeña, nariz diminuta y unos
pantalones demasiado grandes para ella. Tampoco era la imagen de “la
decencia”.
...buenas son rosas. |
Había muchas, muchas caras, pero
ninguna que mereciese la pena. Estaban perdidas en aquella masa
ingente que se movía sin parar. De repente, rojo. Quizá fuese un
fetiche que precisamente eso fuese lo que más le llamó la atención
de él porque, en realidad, todo en él destacaba.
Pasaba la noche, entre el alcohol, el
humo y las risas. La música no paraba, casi parecía que sus vidas
tenían banda sonora.
Bailó lo que pareció una eternidad, y
de repente se encontraron uno en los brazos de otro. Ninguno buscaba
algo serio, ni mucho menos. Apenas se conocían, pero se gustaban y
eso bastó.
¿Qué cuál fue el resultado? Pasarlo
bien. Era una fiesta, había que estar contento (y bien es verdad,
que el alcohol ayuda a que todos seamos algo más simpáticos con los
desconocidos).
Podría no recordar todo de aquella
noche pero, una cosa es segura, no olvidaría el rojo de su pelo.
Como el fuego, vivo, brillante.
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